SAMÁN EN EXCLUSIVA: “EN MATERIA DE MEDICAMENTOS, BAILAMOS AL SON QUE NOS TOCAN LAS TRANSNACIONALES”

En entrevista exclusiva para La Iguana.TV, realizada por el periodista Clodovaldo Hernández, el farmacéutico, profesor universitario ...



En entrevista exclusiva para La Iguana.TV, realizada por el periodista Clodovaldo Hernández, el farmacéutico, profesor universitario y especialista en propiedad intelectual Eduardo Samán (Caracas, 1964), hizo un análisis del sector de los medicamentos en el país, revisando los problemas que se suman en el sector público y en el privado.

La conversación se realizó en el cultivo organopónico de Bellas Artes, donde Samán adelanta un proyecto de siembra de plantas medicinales. Durante el diálogo, el ex ministro de Comercio, expresidente del Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a Bienes y Servicios (Indepabis), expresó ideas como las siguientes:

No estoy de acuerdo con quienes hablan de una emergencia humanitaria en materia de medicamentos. Si la emergencia humanitaria sirviera para algo, uno podría decir que está de acuerdo. Pero para lo único que sirve es para que “humanitariamente te invadan”.

En el campo de los medicamentos es importante la disponibilidad, la accesabilidad y el uso racional.

Los medios de comunicación opositores ya comenzaron a manipular las palabras de la ministra del Poder Popular para la Salud, Luisana Melo, que es una revolucionaria integral.

Primero que nada,  en lo que respecta al sector público, el problema está en la distribución del presupuesto destinado a la compra de medicamentos. No hay una buena planificación en la compra. Se adquiere mayor cantidad de la que se necesita y, para colmo, los médicos no los prescriben porque están influidos por la propaganda de las transnacionales.

Los medicamentos traídos por convenios con otros países muchas veces no son aprobados por el ente regulador, que está muy influenciado por las grandes transnacionales del sector, y entonces los productos se quedan en los puertos o en los almacenes, se vencen y no se usan.

La distribución está atrofiada, el sistema logístico es muy débil. Los productos pasan meses en los contendores, en los puertos. No llegan oportunamente a los centros de distribución y cuando lo hacen, muchos ya están vencidos.

El Instituto Nacional de Higiene, que debe autorizar todos los medicamentos, es extremadamente exigente con cualquier producto que no sea de una transnacional. Si tu traes un medicamento que no sea de la empresa tal o no-sé-cual, hay altas probabilidades de que te lo raspen.

Los diputados opositores son operadores de las transnacionales. Ya aparecieron dos en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, abogando por importaciones de ciertos rubros de alto costo.

Las regulaciones de precios no se modifican desde hace doce o trece años. Son productos que cuestan dos o cinco bolívares y sabemos que ese es un precio irreal. Ni siquiera la caja del producto se cubre con eso. Sería importante sincerar esa regulación.

Debemos derogar toda esa legislación antidrogas porque solo sirve para tener las cárceles llenas de pobres, por tráfico y microtráfico, y para enriquecer a las transnacionales de la farmacia, que tienen el monopolio de la producción y procesamiento de plantas como la amapola y la marihuana.

En Venezuela se podría producir insulina con el páncreas de los 50 mil cerdos que sacrifica mensualmente la Federación Porcina. Pero, ¿te imaginas lo que pasaría si yo llegara con esa insulina al Instituto Nacional de Higiene? Pues que, como soy chavista, me sacarían a patadas y  seguro que los medios de comunicación intentarían ridiculizar la idea diciendo que esa insulina es algo que viene del cochino.

A continuación, la entrevista completa:

-Algunos sectores e individualidades afirman que en materia de medicamentos estamos en una situación de emergencia humanitaria. ¿Usted está de acuerdo?

-Si la emergencia humanitaria sirviera para algo, uno podría decir que está de acuerdo. Pero para lo único que sirve es para que “humanitariamente te invadan”, de manera que no estoy de acuerdo. El problema de los medicamentos tiene varios niveles: uno es el de la disponibilidad, es decir, que el producto debe estar en las farmacias, que exista físicamente, ya sea porque lo fabricaron acá o porque lo importaron, pero que esté disponible para el púbico; el otro nivel es el de la accesabilidad, o sea, que debe estar a un precio que la gente pueda pagar; el tercer nivel es el uso racional, que se le dé el uso adecuado al medicamento, que no se prescriba en exceso. Un estudio hecho por dos científicos franceses, uno de izquierda y otro de derecha, determinó que de cuatro mil productos que estaban disponibles en el mercado farmacéutico francés, el 50% era inútil, no servía para nada. Yo creo que con el problema de escasez que tenemos en la actualidad en Venezuela, mucha gente debe haber arribado a la misma conclusión.

-¿…Porque dejaron de tomar el medicamento y no les pasó nada?

-Sí, no les ha pasado nada, no se han muerto ni se han enfermado más. Y no son pocos casos, son bastantes. A este tema fue que se refirió la ministra del Poder Popular para la Salud (Luisana Melo), cuando habló de racionalizar la prescripción. Los medios manipularon sus afirmaciones y empezaron a decir que ella había dicho que esa era la causa de la escasez. Están haciendo fiesta ahorita con esas declaraciones de la ministra, que es una revolucionaria integral.

-Puntualmente, ¿dónde está el nudo de este problema?, ¿por qué la gente va a las farmacias y no consigue los medicamentos para las enfermedades más graves y comunes?

-Primero que nada,  en lo que respecta al sector público, el problema está en la distribución del presupuesto destinado a la compra de medicamentos. Según los datos de la Memoria y Cuenta del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales de 2014 (la de 2015 fue entregada a la Asamblea Nacional, pero nadie más tiene acceso a esa información, denuncia el entrevistado), entre 2009 y 2014, se invirtieron entre mil millones y mil quinientos millones de dólares anuales para atender a los pacientes que necesitan medicamentos de alto costo (cáncer, artritis, psoriasis, psicosis, insumos para diálisis, entre otros). Para el resto de los medicamentos del IVSS, sólo se invirtieron entre 200 y 250 millones de dólares. En el Ministerio de Salud también se hace una fuerte inversión en medicamentos de alto costo, en ese caso para el VIH, mientras los productos más comunes se traen al país por la vía de los convenios que se tienen con naciones como Argentina, Brasil e, incluso, algunos que son adversarios políticos, como España. Pero, esos medicamentos traídos por convenio muchas veces no son aprobados por el ente regulador, que está muy influenciado por las grandes transnacionales del sector, y entonces, los productos se quedan en los puertos o en los almacenes, se vencen y no se usan. Entonces, hay un desbalance entre lo que se invierte en medicamentos de alto costo y el resto de los productos, con el agravante de que los médicos serios, no influenciados por las transnacionales, tienen dudas sobre la eficacia de muchos de esos medicamentos de alto costo.

-¿Podría explicar un poco más eso del ente regulador?

-Bueno, resulta que el Instituto Nacional de Higiene, que debe autorizar todos los medicamentos, es extremadamente exigente con cualquier producto que no sea de una transnacional. Si tu traes un medicamento que no sea de la empresa tal o no-sé-cual, hay altas probabilidades de que te lo raspen. Eso puede hacerlo un analista peorro, y me perdonan la “ramos-allupada”(expresión del estilo de Henry Ramos Allup, presidente de la Asamblea Nacional), puede dictaminar que un medicamento no sirve y dejar desabastecida a toda una población de pacientes que lo requieren. Eso se acaba de ver con la digoxina, que es una medicina para los infartados. Como no había en los hospitales y farmacias, trajeron un lote de El Salvador, mediante el convenio petrolero, pero al producto lo rasparon porque no lo avalaba una gran transnacional… y la gente muriéndose por problemas cardíacos. Por cierto, ese producto se obtiene de una planta que se llama Digitalis purpurea, que deberíamos estar sembrándola aquí para extraer la droga, pero no lo hacemos.

-¿El problema del alto costo de las medicinas es exclusivo de Venezuela?

-En absoluto, es de todos los países. Por eso, ese tema está en el debate político de Estados Unidos. La precandidata presidencial Hilary Clinton acaba de dar unas declaraciones contra los laboratorios por los precios injustificados que están asfixiando al sistema de salud de EEUU. Esas discusiones se han dado ya en muchos países, entre ellos en Uruguay, donde el presidente, Tabaré Vázquez, es médico. El problema es que en todas partes hay políticos que defienden los intereses de esas transnacionales. Sin ir muy lejos, esta semana se iba a discutir el tema en la Asamblea Nacional, pero el debate se difirió. Casualmente aparecieron en el IVSS dos diputados de la oposición abogando por los laboratorios que venden productos de alto costo, alegando que hay que evitar el desabastecimiento de ciertos rubros, como los antihemofílicos. Lo curioso es que la presión es para que se importe este tipo de medicamentos, no para que se reactive la planta de Quimbiotec (dependiente del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología), que está paralizada por falta de materias primas desde el año pasado. Es algo que llama la atención porque se supone que uno de los lemas de la oposición es restablecer la producción de la industria nacional. Los diputados  opositores son operadores de las transnacionales.

-¿Qué sucede con los medicamentos de la Misión Barrio Adentro?

-Esos se traen al país por otra vía, diferente a la del Ministerio de Salud y a la del IVSS. Son los del convenio con Cuba, aunque se fabrican en realidad en India, China, Vietnam. No hay una buena planificación en la compra. Se adquiere mayor cantidad de la que se necesita y, para colmo, los médicos no los prescriben porque están influidos por la propaganda de las transnacionales. Muchos de esos medicamentos se vencen en manos del Estado. Aparte de esos tres entes, también hay gobernaciones y alcaldías que compran medicamentos. Hay una desbandada, no hay una política nacional para esa materia. Estamos bailando al ritmo que nos tocan las multinacionales.

-También se han denunciado problemas en la distribución de los medicamentos a los hospitales y otros centros de salud, ¿es así?

-La distribución está atrofiada, el sistema logístico es muy débil. Los productos pasan meses en los contendores, en los puertos. No llegan oportunamente a los centros de distribución y cuando lo hacen, muchos ya están vencidos.

-¿Qué pasa con el sector privado, los fabricantes e importadores que tienen operaciones en Venezuela?

-Nuestra industria farmacéutica siempre ha sido dependiente, de ensamblaje o empaquetado, como todas las demás que nos vinieron de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Pero a partir de 1989, con la caída del bloque soviético, el capitalismo hegemónico resolvió concentrar su producción en algunos países y desde allí abastecer a otros. En el caso nuestro, a través de la Comunidad Andina de Naciones, que es una creación de Estados Unidos, decidieron que la industria farmacéutica se concentraría en Colombia, porque allá la oligarquía es más permisiva con las leyes laborales. Entonces, todas las industrias que teníamos acá se fueron para Colombia, con excepción de tres laboratorios que tienen una actividad simbólica. Pfizer, por ejemplo, tiene una planta de 300 trabajadores que se dedican a fabricar Atamel. En sus mejores momentos, llegan a fabricar cuatro medicamentos, pero esa es una empresa que tiene un catálogo de 400 rubros, o sea que importan 396. Hay que darles los dólares para que importen esos productos y también para que traigan la materia prima de los cuatro que fabrican. Bayer tiene la misma planta desde hace 70 años y la mantiene con 170 trabajadores. Sanofi-Aventis, que ahora se llama Sanofi nada más, abrió en 2000 una planta también simbólica que apenas tiene 60 trabajadores. Es curioso, pero la más grande del sector es la de Laboratorios Leti, que es nacional y tiene una planta con 2000 trabajadores. Es la única que sobrevive porque otros laboratorios nacionales hace tiempo que vendieron sus plantas a empresas argentinas, chilenas y colombianas. En resumen, no hay una producción nacional significativa.

-¿El Estado les compra a los laboratorios que fabrican en Venezuela?

-La mayoría de las licitaciones quedan desiertas porque para las empresas no es buen negocio vender productos regulados. Esas regulaciones no se modifican desde hace doce o trece años. Son productos que cuestan dos o cinco bolívares y sabemos que ese es un precio irreal. Ni siquiera la caja del producto se cubre con eso. Cuando el Estado compra, por normas legales, debe privilegiar los productos genéricos, los regulados y los laboratorios no se interesan en participar en las licitaciones. Sería importante sincerar esa regulación. Eso no va a impactar la regulación, por el contrario, favorecerá al público porque se conseguirán los productos a un precio razonable. Claro que tendrá su costo político, porque los medios no van a decir que el producto que costaba dos bolívares ahora cuesta 20, que es todavía bastante barato, sino dirán que aumentó mil por ciento. También sería una buena medida ofrecerles a los laboratorios nacionales un precio en bolívares equivalente al que se paga en dólares por las importaciones. De esa manera se incentiva la producción nacional y se evita el pago en divisas.

-¿El nuevo modelo de farmacia-supermercado también influye en el problema del alto costo y de la escasez o estas dificultades se presentan a pesar de ese modelo?

-Sí influye. Ese modelo es fruto del voraz crecimiento del capitalismo. Tiene que ver con patrones de consumo. En Chile, por ejemplo, tres cadenas farmacéuticas controlan 90% del  mercado, que además se cartelizan, y por eso, ese país tiene los medicamentos más caros de América Latina en cuanto a precios de venta al público. Nuestro problema no es ése en este momento, pues aunque hay varias cadenas de estas farmacias-supermercado, sigue habiendo muchas farmacias independientes. En México ya no hay, en Estados Unidos desaparecieron hace mucho tiempo. En Grecia, una de las exigencias de la Troika europea es que se cambie el modelo de farmacias para que entren las cadenas transnacionales.

-Ya que estamos acá, en el cultivo organopónico de Bellas Artes, le pregunto: ¿son los medicamentos naturales una alternativa a los medicamentos industriales?

-No es que sean la alternativa, es que son el origen de todos esos productos que se venden como fruto de la alta tecnología, son la esencia de todos los medicamentos. Todos los medicamentos son de origen mineral, vegetal o animal. Por ejemplo de origen mineral son la leche de magnesia, el bicarbonato, la sal de higuera, el carbonato de litio, el ácido bórico, hasta el arsénico, que es un veneno, pero en ciertas dosis es anticancerígeno. Los medicamentos de origen mineral son el gran acervo europeo, pero las trasnacionales los han descontinuado porque los puede fabricar cualquiera y a ellos les interesa es vender medicamentos que solo puedan fabricar ellos, con su tecnología. En el continente americano, las civilizaciones aborígenes eran muy avanzadas en la medicina de origen vegetal. Con ellos ha pasado lo mismo: las empresas han ido eliminando los medicamentos basados en la fórmula natural para privilegiar los de origen sintético, porque son los que tienen patente y allí está el negocio. Es el caso del ácido salicílico, que tiene efectos analgésicos y antipiréticos y se consigue en la corteza del sauce. La Bayer le agregó ácido acético para crear el ácido acetilsalicílico. El efecto lo hace el ácido salicílico, pero el otro, que es simple vinagre, le ha servido a la industria para patentar la aspirina. Y en lo que se refiere a las de origen animal, tenemos las hormonas, los derivados sanguíneos, la insulina. Hasta 1990, la insulina se obtenía del páncreas del cerdo o del ganado bovino.  A partir de entonces se impuso la insulina obtenida por biotecnología y eso ha significado que la vida de los diabéticos en todo el mundo está en manos de tres corporaciones: la danesa Novo Nordisk, la francesa Sanofi-Aventi y la estadounidense Eli Lilly.

-¿En Venezuela podría fabricarse insulina por el método antiguo?

-¡Claro que sí! Tú me pones a mí a trabajar con los páncreas de los 50 mil cerdos que la Federación Porcina sacrifica al mes, y saco insulina por cantidades y también un medicamento similar al Pankresoil. Y eso se hace con una tecnología muy sencilla, probada desde los años 40. Pero, ¿te imaginas lo que pasaría si yo llegara con esa insulina al Instituto Nacional de Higiene? Pues que, como soy chavista, me sacarían a patadas y seguro que los medios de comunicación intentarían ridiculizar la idea diciendo que esa insulina es algo que viene del cochino.

-Entiendo que muchos medicamentos proceden de plantas que son prohibidas porque también dan origen a estupefacientes ilegales…

-Los países industrializados controlan la producción de ciertas plantas fundamentales para el sector farmacéutico, como la amapola. En Australia y España hay siembras legales, que les permiten a las transnacionales monopolizar la producción de morfina y sus derivados, incluyendo antihipertensivos como la nifedipina. A nosotros no nos permiten sembrar amapola porque es materia prima para las drogas ilegales y por eso nuestros pacientes oncológicos tienen que mendigar la morfina. Lo mismo pasa con la marihuana, cuyos componentes son muy importantes en el tratamiento de varias enfermedades. Actualmente hay un movimiento en varios países para despenalizarla, pero eso ha sido así porque un sector de las transnacionales  farmacéuticas se está interesando en producir medicamentos con los componentes del cannabis. A mí me gustaría que me dejaran sembrar una mata de marihuana, aunque yo no fumo ni marihuana ni cigarrillo, pero sé que el aceite del cannabis me serviría para tratar el dolor crónico que tengo en una rodilla por un accidente de moto. Sin embargo, no puedo hacerlo porque es ilegal. Yo creo que debemos derogar toda esa legislación antidrogas porque solo sirve para tener las cárceles llenas de pobres, por tráfico y microtráfico, y para enriquecer a las transnacionales de la farmacia, que tienen el monopolio de la producción y procesamiento de plantas como la amapola y la marihuana.

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