Austeridad para el pobre y bonanza para las élites fue política ante bajos precios del crudo

por  Nazareth Balbás Caracas, 27 Nov. AVN. - No, no era aquel hit que hizo famoso a  Sugar Hill Gang...

Caracas, 27 Nov. AVN.- No, no era aquel hit que hizo famoso a Sugar Hill Gang. Era una versión criolla hecha por el humorista Perucho Conde: “Yo quiero que se arregle mi mala situación/ pero el que arregla esto creo que está de vacación/ o se le está olvidando todo el montón/ de castillos y promesas antes de la votación”. A finales de los 70, La Cotorra Criolla retrataba en ritmo de rap el país que recibiría el copeyano Luis Herrera Campins, sucedido un lustro después por el adeco Jaime Lusinchi, para cerrar una década bipartidista marcada por el desvanecimiento de un espejismo: La Venezuela saudita.
“Me toca recibir una economía desajustada y con signos de desequilibrios estructurales y de presiones inflacionarias y especulativas, que han erosionado alarmantemente la capacidad adquisitiva de las clases medias y de los innumerables núcleos marginales del país. Recibo una Venezuela hipotecada”, diría Herrera Campins en su discurso de toma de posesión, el 12 de marzo de 1979.
Herrera Campins no estaba equivocado pero su gobierno agravó aún más la descalabrada economía del país, que aunque triplicó su ingreso por concepto de venta de petróleo durante el período en que detentó el poder, se endeudó tanto que el Banco Central de Venezuela (BCV) se declaró en impago en 1983.
El abismo fiscal creció exponencialmente de los 11.000 millones de deuda externa que recibió Herrera Campins, a 36.200 millones de dólares en 1984, pese a que el país había recibido gran caudal de ingreso por concepto de renta petrolera entre 1980 y 1981, cuando la guerra de Irak e Irán provocó que las cotizaciones del crudo se triplicaran y rompieran récord para ubicarse en 38 dólares por barril.
Esa bonanza petrolera había beneficiado a un pequeño sector que auspició la cultura del “ta' barato, dame dos”, célebremente representada en el éxito musical del grupo Medioevo en 1982 con Laura, la "simpar de Caurimare", que satirizaba el hablar “sifrino” de la clase media alta venezolana: “Cuando tomo vacaciones/ hago un tour por California/ Tokio, Londes, Madrid, Roma/ y termino en Islas Baleares/ mientras los turistas chimbos / llegan sólo a Ocumare / y otros a San Francisco/ pero de Yare”.
Pero fuera de la burbuja de los “sifrinos”, la verdad para la mayoría de los venezolanos es que en ese quinquenio, el índice promedio de miseria se mantuvo en 20%, de acuerdo a los datos del BCV, y las tasas de desempleo e inflación crecieron hasta ubicarse en 6,94% y 13,06%, respectivamente. “Durante esa etapa, el PIB per cápita de la economía registró un promedio en su tasa interanual de crecimiento de -5,9%”, refiere un trabajo del economista Raúl Crespo, publicado en 2011 en la revista Nueva Economía.
Pagan los pobres
El desengaño petrolero llegó en 1983. Después de inmensos caudales de ingresos por concepto de renta, la caída de 30% en los precios del crudo fue la excusa del Gobierno para justificar la liberación de precios y una abrupta devaluación que se aplicó mediante un control de cambio de tres bandas: una de 4,30 bolívares por dólar para bienes esenciales, otra de 6 bolívares por dólar para bienes no esenciales y una tercera, de libre flotación, desde un piso de 7 bolívares por divisa norteamericana.
Estas medidas se aplicaron sin que se lanzara salvavidas alguno para proteger el poder adquisitivo de las familias venezolanas. Por el contrario, implicó además la reducción de los subsidios para el sector alimentos.
El Régimen de Cambio Diferencial (Recadi) se aplicó hasta febrero de 1989 y fue el caldo de cultivo para la corrupción administrativa, que creció tanto como el índice de pobreza a finales de esa década. Generó la fuga de más de 20.000 millones de dólares.
La devaluación del bolívar en un 74%, la intervención del BCV y la suspensión del pago de 5.000 millones de dólares de deuda externa, estimada en 50.000 millones de dólares, fueron los primeros síntomas visibles de la comatosa economía.
El sueldo mínimo de 1.715 bolívares, que en 1980 equivalía a 401 dólares, pasó a 1.800 bolívares para 1983, pero correspondería a 180 dólares. En tres años el deterioro del poder adquisitivo fue de 55%.
En la cartilla neoliberal, la receta es clara, “reducir el déficit fiscal para contraer la demanda”, un norma que significa impedir que la gente pueda comprar para que el Estado “gaste menos” y cumpla el pago de la deuda. Terapia de shock, made in FMI.
La precariedad económica y el deterioro del nivel de vida de los venezolanos era solapado por los medios, ocupados en la actuación de Eluz Peraza en la telenovela Ángela del infierno o en la “polémica” prohibición de La otra mujer, protagonizada por Flor Núñez y Daniel Lugo. Sería la campaña electoral de ese año la que evidenciaría la crisis para provecho político de Acción Democrática (AD).
“No hay seguridad para nadie en la calle”, “el costo de la vida no lo aguanta nadie”, “no se consigue trabajo en ninguna parte”, “los jóvenes no queremos pasar de ser estudiantes a ser desempleados”, eran los testimonios usados por los adecos en contra del Copei para llevar a la presidencia a Jaime Lusinchi y ganarle la carrera a Rafael Caldera, a quien la tolda verde postulaba por quinta vez.
“Caramba, cierran la industria y prometen impulsarla, devalúan el bolívar, abandonan los hospitales, crece la delincuencia y Copei promete resolverlo. Los copeyanos son todos iguales y, además, son pavosos”, decía una mujer en la campaña electoral que finalmente favoreció al candidato adeco, que asumió el poder el 2 de febrero de 1984.
Ganan los ricos
Con la promesa de reactivar el país, revitalizar la economía y pagar la deuda, pero con una política social austera, Lusinchi inició su mandato, arrastrando el saldo "positivo" de un marketing político que lo mostraba como un hombre cercano: "Jaime es como tú".
La prensa se encargó de mantener la popularidad del mandatario mostrándolo como un hombre afable, víctima de "las ansias de poder" de su secretaria privada y compañera extramarital, Blanca Ibáñez, y que estaba "obligado por las circunstancias" a tomar decisiones dolorosas en materia económica porque el precio del petróleo se desplomaba a mediados de su gobierno y el desbarajuste anterior no lo ayudaba. Lusinchi era una aparente brizna al viento llevada por algún sotavento empresarial.
"Tenía aquella fama que le hicieron los que dirigieron la estrategia comunicacional. Había un análisis de la sonrisa de Lusinchi y lo comparaban con la Mona Lisa, una sonrisa misteriosa: “el Presidente más bueno y más querido”, recordaría el Comandante Hugo Chávez en sus Cuentos del Arañero.
Los que aprovecharon, sí, el aparente carácter pusilánime del mandatario fueron los banqueros. Mientras los venezolanos padecían las devaluaciones consecutivas decretadas por el gobierno para "cubrir" el déficit fiscal y un alza de precios promedio de 30%, las arcas del Estado se vaciaron para pagar "el mejor refinanciamiento del mundo" prometido por los dueños de la banca.
El "refinanciamiento" consistía en que el Estado asumiera la deuda de los empresarios privados. Austeridad para el pueblo y generosidad con el capital ¿El resultado? La declaración histórica de Lusinchi: "La banca me engañó".
El "engaño" le causó un grave daño a las reservas internacionales, que pasaron de 11.149 millones de dólares en 1983 a 6.607 millones en diciembre de 1988. El dólar, que se cotizaba en siete bolívares, al inicio del mandato de Lusinchi, pasó a costar Bs 38,63 al final de su mandato. La fluctuación de los precios del petróleo fue la justificación para mantener el régimen de cambio de Recadi, que sirvió para perpetrar graves lesiones al erario público.
El índice de miseria durante el gobierno de Lusinchi aumentó a 34%, es decir, 9,22 puntos porcentuales con respecto al último año de gobierno de Herrera Campins, pese a que las cifras oficiales hablaban de un leve descenso de las cifras de desempleo. La inflación, por su parte, registró un acumulado de 170% durante el quinquenio.
La asignación de dólares preferenciales a allegados del Gobierno y los turbios negocios de la controvertida pareja presidencial, terminaron por horadar las finanzas públicas, suficientemente lesionadas con una canasta petrolera que se desplomó de los 25,89 dólares el barril en 1985 a 12,82 dólares en 1986. Pero en los medios, la afable imagen de Jaime, permaneció incólume, tanto que le permitió a AD repetir en la silla presidencial y ser responsable, en 1989, de desatar el primer estallido social contra el neoliberalismo en la región: El Caracazo.

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